Psychonomics

Psychonomics

Psicología y Economía de las relaciones personales.

En Argentina el dicho es que “Billetera mata galán”, mientras que en Centroamérica, y en México la expresión no es ajena, se dice “pisto mata carita” o “billete mata carita”. En otras regiones aparecen alternativas diferentes, pero la sensación es en todos lados la misma; el dinero importa más que la apariencia física cuando los hombres salen al “mercado de las citas”.

Una explicación plausible de este fenómeno surge del modelo que el economista David Bjerk desarrolló en la Universidad de Claremont, que demuestra que si efectivamente la utilidad marginal del ingreso es decreciente (es decir, si el ingreso del partenaire importa menos cuando la posición económica de quien busca pareja es mejor), entonces la situación óptima consistirá en que el integrante de la pareja de mayor ingreso busque un compañero que aporte belleza, y en que los individuos más pobres busquen “socios” mejor acomodados y presten menos atención a las apariencias.

Luego, que las mujeres prioricen la economía por sobre la biología sería un resultado circunstancial, producto de que todavía los hombres ganan en promedio más que las mujeres.

Si la afirmación precedente es cierta, no soprenderá que en la próxima generación, dígamos, en unso 25 años, sean los hombres los que elijan a las mujeres por su posición económica y las mujeres quienes seleccionen a sus parejas teniendo en cuenta  principalmente los aspectos físicos, pues la brecha de educación entre géneros se está cerrando, y es muy probable que próximamente se invierta, haciendo que por lo tanto
pasen a ganar mejores salarios las mujeres que los hombres.

Naturalmente, este cambio modificaría la morfología de una de la relaciones sociales más ancestrales: la prostitución. La venta de sexo encaja perfectamente en el modelo explicativo de Bjerk, pues si es cierto que un miembro de la pareja considera principalmente el aspecto físico, entonces no le convendrá asumir el compromiso que implica una relación y podrá maximizar su bienestar simplemente pagando por obtener
aquello que en verdad le interesa.

Nótese asimismo que la prostitución no es una actividad femenina, ni mucho menos exclusiva de los seres humanos. Las investigaciones de Lloyd Davis y Fiona Hunter señalan su emergencia en pingüinos Adélie, y los trabajos de Laurie Santos, de la Universidad de Yale, muestran que este comportamiento aparece entre los monos capuchinos cuando se les enseña a utilizar monedas y se introduce el dinero en su vida diaria.

Volviendo a los humanos, no debería sorprendernos que el mundo de las relaciones presente grandes transformaciones en los próximos años, en un contexto caracterizado por una creciente cantidad de mujeres cada vez más interesadas en el aspecto físico de sus compañeros y un número en aumento de hombres ávidos de la protección (y provisión) que implica el compromiso.

¿Pero qué sucede cuando los encuentros no se eligen voluntariamente?

Paul Eastwick y Eli Finkel, en un artículo publicado en el Journal of Personality and Social Psychology, publican los resultados de un evento de speed dating, en que 163 estudiantes universitarios tuvieron entre 9 y 13 citas aleatorias de 4 minutos de duración cada una.

Durante el mes siguiente a la reunión se realizó un seguimiento para evaluar cómo continuaban las relaciones que se habían formado en aquella oportunidad.

Los resultados mostraron que no se observó correlación entre el sexo del participante y la preferencia por la situación económica o por el aspecto físico del compañero o la compañera.

Parece que cuando le damos la posibilidad a la gente de conocerse saltando las barreras de preferencias dominadas por los recursos económicos y las apariencias físicas, pues “verbo mata carita…y pisto”.

En otro famoso estudio, el profesor Dan Ariely, experto en economía del comportamiento, analizó junto a Günter Hitsch y Alí Hortacsu una base de datos de 23 mil usuarios de un famoso sitio de citas de Internet.

El resultado del estudio es que la posición económica importa en el hombre, pero solo cuando su ingreso asciende por encima de los US$ 50.000 anuales (que es, más o menos, el ingreso promedio en Estados Unidos). Cada US$ 10.000 adicionales de
ingresos, crece un 7 % la chance de recibir respuesta a los mails.

En cambio, en el caso de las mujeres sus ingresos importan relativamente menos, siendo solo las mujeres de más bajos recursos las perjudicadas.

Claro que este análisis que hemos realizado hasta aquí es demasiado lineal y pierde de vista un aspecto fundamental de las relaciones entre las personas: el engaño, cuyas causas y consecuencias delimitan un terreno en el cual la economía y la psicología se
dan nuevamente la mano.

Helen Fisher, en su libro Anatomía del amor, nos introduce en el tema cuando dice que “la monogamia es rara entre los mamíferos porque genéticamente al macho no le conviene permanecer con una sola hembra cuando puede copular con varias y traspasar
más de sus genes a la posteridad”. La hembra, en cambio, no puede quedar embarazada de más de un hombre al mismo tiempo, de modo que no encuentra beneficios genéticos en la poligamia, al menos mientras dura la crianza del fruto de su último apareamiento.

Sin embargo, no alcanza con dejar embarazada a la hembra. Además hay que asegurarse de que pueda alimentarse adecuadamente hasta que se produzca el alumbramiento de la descendencia, y también conviene garantizar cierta protección para los cachorros hasta estar más o menos seguro de que podrán sobrevivir sin mayores sobresaltos.

Aquí es cuando el análisis se torna interesante: no solo la poligamia no representa beneficios genéticos para la hembra, sino que ella tiene un incentivo adicional para mantener al macho elegido a su lado, porque este puede proveerle recursos alimenticios
para ella y para su prole.

En el caso del macho, la lógica indica que habrá equilibrios múltiples. Me explico. El macho alfa de la manada sigue teniendo incentivos para aparearse con cuanta hembra se le cruce por el camino, porque aunque no tenga certezas sobre su paternidad en cada caso, sabe que a la larga preñará más hembras que el promedio de su especie. En cambio, los ejemplares más sumisos se encuentran en desventaja y, por lo tanto, necesitan otros recursos.

Ellos pueden “comprar” el acceso a las hembras asegurando la provisión de recursos alimenticios y de protección para ellas y su descendencia a cambio de alguna garantía de paternidad: la fidelidad. Nace entonces la monogamia entre los mamiferos.

Ahora bien, machos y hembras también tienen incentivos para hacertrampa y salirse a hurtadillas del acuerdo en la medida en que no arriesguen su vigencia. El macho que circunstancialmente puede copular con otra hembra logra un mayor traspaso de sus genes a futuras generaciones.

Y aunque un macho proveedor pueda ser preferido por la hembra en detrimento del macho alfa, el mejor negocio de la hembra es quedarse con los dos, jurándole amor eterno al sumiso proveedor mientras hace todo lo posible porque sea el macho alfa quien en última instancia haga el aporte genético a su descendencia.

Sin embargo, hay que tener presente que el ser humano no es un mamífero cualquiera: posee cultura, es decir, religión y reglas morales, y también puede acumular recursos, aunque en la historia evolutiva de nuestra especie este último sea un fenómeno relativamente reciente.

Pero, ¿qué lugar hay para el engaño en las parejas de homo sapiens sapiens?

La Socióloga Christin Munsch de la Universidad de Cronell, estudió los patrones de infidelidad en hombres y mujeres norteamericanos, y su relación con las disparidades de ingresos en la pareja. Los resultados no pueden ser más polémicos: sus hallazgos indican que los hombres tienen mayor tendencia a engañar a las mujeres si ganan bastante menos que ellas porque, según palabras de la autora, esta situación “amenaza la identidad masculina cuestionando la imagen de ganador del hombre”.

También tienen tendencia a engañar con mayor frecuencia a las mujeres si ganan bastante más que ellas,  presumiblemente porque las mujeres estarían en una posición más vulnerable y además el hombre tendría  abundancia de recursos para destinar a otras candidatas. Respecto de las mujeres, el estudio señala que tienen mayor tendencia a la fidelidad si ganan menos que su pareja.

Parece que, al final de cuentas, no somos tan distintos de los animales. Los hombres buscamos pareja para asegurar que se refuerce nuestra identidad de machos y para obtener garantías si buscamos ser padres, pero hacemos trampa si nuestra garantía tambalea, si no la necesitamos porque somos el macho alfa, o si nos sobra el dinero como para proveer de recursos a más de una candidata.

Las mujeres, por su parte, refuerzan el vínculo a medida que aumenta su dependencia, pero si buscan un candidato para una aventura difícilmente elegirán al que les regala las rosas o les abre la puerta del auto: optarán por el perfil propio del macho alfa, con excelente aspecto físico y alto grado de agresividad.

El dinero, al fin de cuentas, no lo es todo, pero juega un papel fundamental a la hora de elegir pareja.

Emmanuel Cocone

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