Mindfulness en familia
Por: Mtro. José María Del Castillo González
Hace tiempo que la dinámica familiar inestable de las culturas occidentales dejó de ocuparse del desarrollo anímico de sus integrantes, haciéndolas estancias despersonalizadas y poco atentas de las necesidades y deseos o impulsos de quienes las forman. Hay que recordar que la esencia de la familia en nuestra sociedad, es la unión de vínculos que propicien espacios para su desarrollo bio-psico-social-espiritual, siendo esta última esfera de la vida del hombre una de las más castigadas por la cotidianidad, dando origen a los más terribles padecimientos físicos y emocionales.
Ser espiritual no significa ser religioso. Es decir, la espiritualidad y religión no son sinónimos. Tradicionalmente se usan como tal, pero conceptualmente son completamente diferentes, mientras que las religiones se dedican a ser
escuelas de fe, que engloban un conjunto de creencias y principios que deben permear la vida de sus manifestantes, la espiritualidad es, la capacidad del hombre de ser trascendente. Se trata de dejar huella, de ser auténtico, ser
consiente de mí y de los otros, de ser original, de transformar lo que se toca.
Ser trascendente, significa pues, la más bella posibilidad de quedarnos en la mente y el corazón de quienes nos conocen.
Pero, para poder hacer contacto con lo demás, para lograr tener un “encuentro” significativo, es necesario partir de nosotros mismos, estar atentos en el momento que se vive y dejar de lado los recuerdos o vivencias pasadas y los
deseos de logro y poder adquisitivo que el mundo plantea, para poder entrar en contacto con el momento presente.
Quien es capaz de disfrutar su momento presente tiene todo lo que necesita para disfrutar de su vida. Aún y cuando la vida le plantee experiencias inevitables de dolor y pérdida, quien disfruta su momento, quien disfruta de la experiencia, también sabe aceptar sus circunstancias.
Lo anterior, se lee más fácil de lo que se vive. Es completamente difícil aceptar que la calidad con la que vivimos en familia es absolutamente nuestra responsabilidad. Especialmente, si no se tiene instrucción alguna en el manejo de nuestras propias emociones.
Aceptar por ejemplo, que lo que sucede en el trabajo del encargado de la manutención de la familia, genera también, sentimientos en los demás integrantes. Así pues, lo que ocurre en la vida de uno impacta siempre de algún modo en la vida de otros.
Ser familia, vivir en familia y formar una nueva familia precisa de quienes la forman, desarrollar recursos personales nunca antes explorados. La fuerza de la costumbre nos ha hecho pensar que lo que se necesita para formar una familia es tener un buen trabajo, un carro, una casa, evidentemente la persona “ideal”; pero hemos descuidado la parte más importante: “la puesta en común”.
Cuando compartimos con otras personas el hogar, sean quienes sean, vivimos cosas inevitables y otras que son mas bien opcionales. En ese proceso, el papel protagónico lo lleva nuestra voluntad, que es quien directamente se encarga de aceptar o negar las experiencias que vivimos.
La puesta en común, es un concepto que integra la voluntad de servicio, la cooperación o apoyo, la intención de hacer el bien al otro y los recursos personales con los que se cuenta. Nadie da lo que no tiene. Si una persona no
se ama a sí misma, es poco probable que pueda dar amor a otra persona.
Si alguien está sufriendo aunque no se le note, seguramente infringirá dolor en otros, porque es lo que tiene para compartir; lo mismo con la agresión y la violencia.
Por eso es tan importante cuestionarnos qué queremos compartir a los que nos rodean, cómo queremos ser tratados y tratar a otros y finalmente, cuando ya no estemos reunidos en esta vida con ellos, cómo nos gustaría ser recordados. Hacer esta reflexión obliga a quien la piensa, a tomar postura ante la vida, a pronunciarse o perfilarse como la persona que le gustaría ser aunque no lo sea todavía, nunca es utilidad incluso, para quienes sufren enfermedades crónicas o bien, como medida preventiva para aquellos que están sometidos a grandes cargas laborales, burn out o estrés.
También es una forma de vivir, es un estilo de vida, enseña a aceptar la experiencia y abrirnos a ella. Busca otenciar la atención plena al momento presente y quizás sea, la forma más eficaz, de propiciar y fomentar la neuro plasticidad y con ello, nuestra flexibilidad de pensamiento, el planteamiento de resolución de problemas mas acertados y aceptación de lo inevitable.
Para practicar Mindfulness, es necesario, tener mente abierta a la experiencia, por lo menos para probar sus efectos.
Existen diferentes técnicas dentro de la práctica de Mindfulness desarrolladas por su creador Jon Kabat Zinn, algunas de ellas en conjunto forman parte ya de programas especializados para reducir el estrés, por ejemplo. Sin embargo, no es necesario estar enfermo o deprimido para gozar de sus beneficios. La práctica constante de Mindfulness nos permite
ser, en resumen, conscientes de nosotros mismos y nuestras necesidades, deseos, impulsos o reacciones, aceptar las
experiencias que la vida plantea y ser empáticos y amorosos con quienes nos rodean.
Por ello, es una práctica tan recomendable para reorientar a los integrantes de familias estresadas, deprimidas, ansiosas o en estado de vacío y pérdida. Porque puede generar vínculos mas fuertes y congruentes, aceptar las mociones personales y las del que sufre, manifestar el amor y el cariño que se siente, compartir en aquella “puesta en común” lo que se es y se tiene como persona.